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AÑAVIEJA EN LA MEMORIA

AÑAVIEJA EN LA MEMORIA

Asociacion de amigos anavieja en la memoria 5

 Érase una vez hace cientos, miles de años, un lugar que con el tiempo llamaron Añavieja. Por aquí pasaron, y por lo tanto somos sus descendientes, los íberos, los celtas, los romanos, que nos dejaron piedras en honor a sus dioses, los pueblos bárbaros convertidos al cristianismo que construyeron una pequeña iglesia y después otra más grande, los moros que levantaron una atalaya para vigilar a los invasores cristianos, los murcianos que segaron el trigo, y tantas otras gentes que sería largo de enumerar. Porque Añavieja está en un cruce de caminos, es frontera de muchos antiguos reinos, es un lugar codiciado por sus manantiales, por la riqueza de sus campos y de su laguna.

La vida era muy diferente, amigos jóvenes de Añavieja. Vuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, tatatatarabuelos tuvieron una vida sacrificada. Hubo guerras. Hubo paz. Este documental AÑAVIEJA EN LA MEMORIA recrea la vida del pueblo en las décadas posteriores a la última gran guerra. Es una mezcla de imágenes, palabras y banda sonora con canciones de la época. Tiempos de alegría, felicidad, pero también de oscuridad, miedos y emigración.

PARTE PRIMERA

SE HACE CAMINO AL ANDAR

Añavieja es una pedanía de Castilla la Vieja, una región que tiene salida al mar, por la actual Cantabria. Castilla, la imperial, la conquistadora de nuevos mundos, debe tener mar. Es lo que nos decían y lo que veíamos en el mapa de la escuela. El mar estaba demasiado alejado y a los añaviejeros poco les importaba que su región tuviera mar.

Se levantaban con los primeros rayos de sol y emprendían su camino hacia el tajo, que no era un río sino el lugar de trabajo, de arar el campo, de sembrar, de segar, de escardar, de aventar, de escular la remolacha, de acarrear el cereal, de llevar las ovejas a pastar, de dallar los yeros.

Por los caminos de Añavieja había mucho trajín. Campesinos que iban al tajo, mujeres que llevaban la fiambrera a los hombres que estaban en el tajo, niños que ayudaban lo que podían, potrillos sueltos que se habían escapado, burros cargados de leña, con las gavillas del monte de carrascas.

El puente de San Felices era un cruce de caminos. Había que cruzarlo para ir a Aragón, La Rioja, Navarra. Comerciantes lo atravesaban con sus productos: bacalao, aceite, vino.  Los cazadores se ponían en camino para vender las piezas de caza. Afortunadamente, en todas las casas había una caballería, fuera yegua, caballo, mula, macho o burro. El camino se hacía más fácil a sus lomos.

El cartero hacía el camino desde Ágreda con la mochila de cuero, con su uniforme gris, repartía las cartas puerta a puerta y charlaba con los vecinos.

El panadero llegaba con el carro cargado de hogazas. De tortas de chicharrones. Las mujeres le llevaban una tablilla de madera, rectangular, alargada, que el panadero marcaba para saber cuántos kilos de trigo tenían que darle.

Mucho antes de que el panadero de Castilruiz trajera sus hogazas, los añaviejeros habían aprendido a conservar los alimentos y los remedios para las enfermedades, como demuestra la nevera.

CURIOSIDADES DE AÑAVIEJA (en plan cómico)

AL FINAL DE LA PRIMERA PARTE (SE HACE CAMINO AL ANDAR)

Silvia:

¿Qué te ha parecido la historia de mi pueblo y lo importante que era y la cantidad de pueblos que han pasado por aquí?

Jose:

Te voy a dar una serie de datos sobre tu pueblo que, seguro que no sabes, por muy de Añavieja que dices que eres.

Silvia:

Dudo que uno de Agreda pueda darme datos que no me hayan dado antes mis abuelos Benigno y Concha.

Jose:

Te vas a sorprender.

Silvia:

Suelta esos datos

Jose:

He leído que, según los archivos provinciales, Añavieja tenía 42 habitantes en 1843, 21 varones y 21 hembras. De los 21 varones, 4 eran menores de 18 años, 2 entre 18 y 25 años y 15 eran mayores de 25 años. ¿Cómo te quedas con estos datos?

Silvia:

Aliviada, porque ahora mismo hay más gente aquí que en 1843.

Jose:

Voy a ampliar estos datos. En 1858 el pueblo tenía 120 habitantes. Es decir, aumentó su población en 78 personas durante 15 años. ¿Cómo te sientes ahora?

Silvia:

Deprimida. En 1858 había el doble de personas que hoy, en 2023.

Jose:

Pues aún te vas a deprimir más. En mi pueblo, en Agreda, había 3179 personas. Ahí queda eso.

Silvia:

¡Soberbio, que eres un soberbio!

PARTE SEGUNDA

 LA COSECHA

Cuadrillas de segadores, los murcianos, llegaban a finales de junio. La mayoría de ellos eran de la otra Castilla, la Nueva, de Toledo, de Ciudad Real, de Aragón. Pero a todos se les llamaba murcianos. Soportaban horas intensas al sol quemador, antes de que los campesinos acarrearan la mies, la llevaran con sus carros o galeras a la era para trillarla, después de extender la parva. Los trillos eran o de lascas de piedra, más primitivos, o de sierra metálica, todo un avance. Luego había que aventarla, lanzarla al viento con las horcas para separar el grano de la paja. Con la llegada de la segadora y de la máquina trilladora estas faenas desaparecieron. También el dallar los yeros o la esparceta.

Las tareas del invierno eran tan arduas o más que durante el verano. Había que escular la remolacha, escardar los campos para la siembra, arar con el arado romano de una reja.

La primavera llegaba con los campos cubiertos de amapolas, que aquí llamábamos ababoles. Pero si te llamaban ababol, no era precisamente un halago. Sin embargo, si a una chica se le decía que era más bonita que las amapolas del trigal, le estabas echando un piropo. Circunstancias del vocabulario de Añavieja.

Nos subíamos a las cinas de paja en las eras. Picaba el polvo, pero no nos importaba. Nos gustaba meternos en todos los berenjenales. Llegábamos a casa y zapatillazo que te va, por lo sucios y ennegrecidos que aparecíamos ante nuestras madres. Pero los zapatillazos de las madres eran más una caricia que una zurra.

AL FINAL DE LA PARTE SEGUNDA (LA COSECHA)

Jose:

He oído que los campesinos iban a escardar durante el invierno. Puedes decirme qué era escardar. Tú, a quien se lo contaba todo sobre el campo, su abuelo Benigno.

Silvia:

Mira y escucha bien. Escardar era cortar los cardos de los campos recién sembrados. Se usaba el escardillo, una herramienta de hierro en forma de pico de pato, colocada en un mango de un metro, que era de fresno, de sauce o de mimbrera. También usaban una horquilla acabada en forma de V.

Jose:

¿Y no se pinchaban con los cardos?

Silvia:

¡Uy, qué finos son los de Agreda!

Normalmente la faena de escardar la realizaban las mujeres, las escardadoras, que lucían un sombrero de paja o un pañuelo sobre la cabeza para resguardarse del sol, un mandil, medias de lana y abarcas cerradas para no hundirse en la tierra. En esta faena de escardar podían encontrar nidos de codorniz o de perdices tempranas.

Jose:

Y nidos de víboras, culebras, ratoncillos y lagartos. Y las escardadoras armaban un alboroto indescriptible. ¡Que también me lo contó tu abuelo!

PARTE TERCERA

CRÓNICA DE SOCIEDAD

No todo era trabajo para las gentes del Añamaza. Las bodas eran ocasión única para la celebración. A todos se les invitaba a pan, queso y nueces. Las novias no llevaban el traje de tul blanco, ni los novios los gemelos dorados en los puños de la camisa, pero eran días de celebración que duraban desde las amonestaciones, semanas antes.

Los niños nos tirábamos al suelo buscando los caramelos lanzados por los padrinos del bautizo. Después tomábamos la limonada y chocolate, detalle de los padres del recién nacido, porque los bautizos se celebraban a la semana del nacimiento. El bebé tenía que estar limpio del pecado original no fuera que un mal viento se lo llevara de repente.

En el día de su primera comunión las niñas vestían el tul blanco que no lucirán para la boda. Los niños irán de marinero, con el pelo en flequillo, pensando quizás que algún día divisarán el mar y podrán soltarse el pelo con la brisa marina.

Por las tardes, las vecinas se sentaban en el rincón soleado para hacer sus labores, que consistían en remendar pantalones, calcetines o hacer punto. Tejían bufanda tras bufanda, de colores chillones, con las manos navegando como piezas de una máquina tejedora, sin mirar ni una sola vez al suelo ni a las agujas ni a la lana, pero hablando sin parar con las otras mujeres. Los gatos ronroneaban al sol y se adormilaban al son de las voces de las vecinas.

Las imágenes que nunca se irán de nuestras retinas: el gato saltando por las sillas de la cocina o encima del escaño; las gallinas sueltas por la calle; las mujeres tras ellas con un pio, pio para encerrarlas en el gallinero; los conejos para la paella de los domingos. Se mataban con un golpe en la nuca. Una muerte ecológica. Limpia. Sin dolor. Luego se les sacaba un ojo y sangraban hasta la última gota. Tiempos en los que la carne no venía en bandejas, ni la leche en teta brik, ni los huevos en cartones. Eran productos naturales, de kilómetro cero, mejor dicho, de centímetro cero. No eran de macro granjas ni de agricultura intensiva.

Nuestras abuelas y nuestras madres cocinaban tan bien como Arguiñano. Las sopas de ajo nos sabían a gloria; los torreznos, a gloria bendita; los pajarillos fritos, atraídos por las alaicas y atrapados por las costillas, nos sabían a manjar cardenalicio, por no decir a hostias.

Correteábamos durante el baile de los domingos por la noche, entre las parejas que intentaban acercarse más de lo reglamentario, pero nos interponíamos entre ellos en nuestras carreras del que te pillo y te cojo. Sonaba en la gramola

el Cielito lindo (cantan los lectores “con ese lunar que tienes, cielito lindo…)

o también

el Bésame mucho (cantan los lectores “bésame, bésame mucho, como…”)

y las parejas querían besarse mucho. La normalidad no lo permitía. Había escopetas al acecho, que irían con el cuento a los padres de las muchachas.

AL FINAL DE LA TERCERA PARTE (CRÓNICA DE SOCIEDAD)

Jose:

Perdona, Silvia, y no te tomes a mal esta pregunta: ¿había médico en el pueblo?

Silvia:

En el pueblo había médico y veterinario. ¿Tú, qué te crees?

Jose:

Vale, vale.

Silvia:

No vivían en el pueblo. Se les pagaba la iguala por si había una urgencia y tenían que visitar a los enfermos en momentos inoportunos o durante los días de fiesta. La iguala era una especie de impuesto. Se abonaba no solo con dinero, también en especie, cereales, patatas, aves. Los que tenían la consideración de medio vecino, en el caso de las viudas, pagaban solo media iguala. El médico y el veterinario recibían un salario del erario público y la iguala.

Jose:

Me ha quedado claro.

PARTE CUARTA

RITUALES RELIGIOSOS

Los ritos religiosos estaban presentes en el día a día de los añaviejeros. Decían que había tres jueves que relucen más que el sol: jueves santo, corpus christi y el día de la ascensión. Eran días de procesión, con el párroco protegido bajo el palio celestial.

Los niños representábamos el vía crucis, escuchando las diversas estaciones que siguió el redentor hacia su calvario. Nos sentábamos en el suelo de piedra, delante de las estaciones de la Cruz. El cura derramaba incienso sobre nuestras cabezas y las mujeres entonaban canciones de penitencia:

(se oye de fondo la canción: “perdona…)

 “perdona a tu pueblo, Señor, perdónale, Señor…”  

Cuando el crucificado caía al suelo en tres de las estaciones, los niños hacían lo mismo, produciendo un estruendo y una alegría infantil poco grata para los mayores.

La imagen de la Virgen de Sopeña presidía las procesiones, rodeada de rosquillas, durante las fiestas en su honor. Los mayordomos se afanaban en quedar bien ante sus vecinos. Costumbre que permanece, por suerte. El sermón del día grande de la fiesta lo predicaba alguno de los sacerdotes del pueblo. Los vecinos comentaban lo bien o lo mal que había estado el sermón. Qué bien habla don fulano, no sé lo que ha dicho, pero qué bien habla.

Otro de los días importantes para el pueblo era la primera misa, el cante misa, de sus hijos sacerdotes. Uno a uno, todos los añaviejeros besaban las manos sagradas del nuevo sacerdote.

El día de la confirmación era otro de los días especiales: el obispo, al que se le recibía con arcos florales decorando la entrada del pueblo y la subida de la iglesia, les daba un pequeño tortazo y les decía:

yo soy el obispo de Roma y para que te acuerdes, toma.

 Eso era lo que nos decían los mayores, pero no creo que ningún niño oyera estas palabras al obispo de turno.

Durante la Semana Santa las calles se llenaban del ruido de las carracas y las matracas. Era uno de los momentos especiales, porque a los niños nos gustaba hacer ruido y llamar la atención. Para no alterar el silencio y respetar el duelo, las iglesias tenían prohibido tocar las campanas. Pero de alguna manera debían los párrocos convocar a sus feligreses. Así usábamos las matracas y las carracas, instrumentos de madera formados por un tablero y uno o dos mazos. Al sacudir dicho instrumento, se produce un ruido fuerte, seco y bastante desapacible. De ahí que el dicho dar la matraca se convirtiera en sinónimo de ser pesado.

QUINTA PARTE

TAREAS VARIADAS

El hogar, con el fuego permanentemente encendido, con las brasas de la leña quemada dando calor a la casa, era la estancia donde la familia se reunía durante el día. Aquí se cocinaba, se charlaba, se comía, se jugaba a las cartas. La cocina era el lugar de refugio durante todo el año. Solo allí se estaba a gusto en invierno. El frio invernal invadía las demás estancias durante la mayor parte de los días.

Te metías en la cama y las sábanas eran un paño helado que mitigara las torceduras de los tobillos. El cuerpo se hundía en el colchón de lana de ovejas, que cada año se lavaba en el lavadero. Era una tarea caótica porque los muñones de lana se iban con la corriente y las lavanderas tenían que ir tras ellos. El calorífico, un tubo de metal que se enchufaba a la corriente eléctrica y lo poníamos entre las sábanas, nos calentaba los pies. O bien, usábamos la bolsa de agua caliente. Tenían la propiedad de suavizar la sensación de habitar en el mismísimo Polo Sur. Y manta sobre manta. Llegaba la mañana y estabas arriñonado. No con forma de riñón, sino con los riñones doloridos y la espalda quebrada.

El pilón de la fuente era lugar de encuentro. Las mujeres iban a por agua en los cántaros y los botijos; los hombres llevaban a las caballerías y a las vacas a saciar la sed; los niños jugábamos con el agua y llegábamos a casa mojados y las madres nos daban un zapatillazo en el trasero.

Para que aprendas, nos decían.

En tiempos anteriores a la desecación de la laguna, existía lo que se llama la dula: las vacas, ovejas y cabras del pueblo pastaban en un terreno común, dirigidas y vigiladas por el dulero, el pastor comunal.

La leche de estas vacas, que comían hierba de primera calidad, era objeto del deseo de los vecinos. Las lecheras, las mujeres que ordeñaban y vendían la leche, obsequiaban a los clientes con la chorretada, una especie de tarjeta de fidelidad de la época. Estas mujeres tenían una habilidad especial para ordeñar las vacas. No todos lo conseguían.

Si las vacas nos daban su leche, los cerdos, a los que quemábamos con ulagas en el banco de madera, nos lo daban todo. Desde el hígado, que se asaba en las brasas del hogar, hasta la sangre, con la que se hacían morcillas dulces con piñones. Las mujeres se afanaban durante los tres días que duraba la matanza del cerdo. Iban al ojo Chincharrín, el ojo del tío Nazario, a lavar el menudo; amasaban la carne picada para hacer los embutidos; colgaban en las varas del granero los chorizos. Así se secaban durante los días fríos del invierno, compartiendo lugar con el trigo, la cebada, la avena o los yeros.

Los niños perseguíamos a las ovejas por las calles del pueblo cuando el pastor las sacaba del corral para llevarlas a los pastos. El morueco se enfadaba y nos perseguía, lo mismo que hacía el perro pastor, fiel a las órdenes de su amo. Los niños éramos traviesos, pero inocentes. Buscar nidos era una de nuestras aficiones favoritas. Subíamos a los tejados a por los nidos; estábamos atentos durante la siega por si alguna perdiz había hecho el nido entre la cosecha. Cuidado con las víboras, nos advertían los mayores, que por aquí suelen salir.

Y dejábamos de buscar nidos. Marchábamos, enfurruñados, al corral a recoger los huevos que habían puesto las gallinas por cualquier rincón. Andaban sueltas y no había manera de decirles que pusieran los huevos en lugares visibles. Hasta que se construyeron los ponederos con ladrillo rojo. Ahora las teníamos más controladas. Pero siempre había alguna que seguía con la costumbre de poner los huevos donde le diera la gana.

¡Malditas gallinas!

AL FINAL DE LA QUINTA PARTE (TAREAS VARIADAS)

Silvia:

Una tarea olvidada de aquella época era el ir por agua a la fuente.

Jose:

Pues debía de ser una tarea muy difícil, porque las calles del pueblo eran y son de subidas y bajadas, con cantos rodados.

Silvia:

Eso es. Por supuesto, las mozas y las mujeres no habían ensayado prácticas de equilibrismo, sin embargo, transportaban el agua con un equilibrio excepcional. Ir por agua a la fuente representaba recoger los cantaros, los botijos y las vasijas vacías de la cocina y llevarlos a llenar en la fuente del pueblo.

Jose:

¿Cómo lograban el equilibrio?

Silvia:

Muy fácil. Con los cántaros llenos y un trapo bien asentado a la cabeza, un instante circense, se los colocaban a pulso en la cabeza y eran capaces de llevar hasta tres vasijas llenas: el cántaro, otro en la cadera y un botijo en la mano que quedaba libre.

Jose:

Interesante. Pero estoy seguro de que las mozas aprovechaban sus ratos en la fuente para charlar con las otras mozas, para festejar con sus mozos o dejarse halagar por los que venían a dar agua a la yunta.

Silvia:

Siempre tienes que poner un pero.

SEXTA PARTE

VESTIMENTA

El luto era la seña de identidad. Todas vestidas de negro. Las familias eran numerosas, cuando no había un muerto en la familia, había otro. La norma era que las mujeres debían guardar el luto durante dos años. Los hombres, uno. Estos se colocaban o bien un ojal forrado de tela negra en la chaqueta, o bien un brazalete negro alrededor de la manga. Tiempos de oscuridad, de tristeza.

No era difícil encontrarse con curas luciendo sombreros negros a juego con la sotana negra. Las monjas lucían un sombrero estrambótico, digno de las películas más originales de Berlanga. Los guardias civiles cubrían la cabeza con tricornios que hoy extrañarían a los más jóvenes. Si hoy se juntaran los tres personajes, con sus sombreros y tricornios, a más de un muchacho le haría pensar que se había equivocado de planeta.

Esto es Marte, se diría.

Las ancianas vestían de luto, con sayas que llegaban al suelo, con toquillas negras que les cubrían el torso, con pañuelos negros que les tapaban el pelo. Tiempos de oscuridad, pero entrañables, con el cariño de las abuelas inundando las vidas de los niños, a los que ofrecían pan con vino y azúcar para merendar.

En los días grandes, durante los días de fiesta mayor o los jueves que relucían más que el sol, los hombres se ponían sus trajes y corbatas, que antes eran más pinchos que un ocho, más que ahora que vestimos de chándal todos los días.

La vestimenta no era lo esencial entre las gentes de Añavieja. Lo importante era que formaban un pueblo, con la ilusión de ayudar a los demás. La monja del sombrero estuvo los mejores años de su vida ayudando a los más necesitados. Una de las ancianas que aparecen en la foto, su madre, fue comadrona y ayudó a nacer a muchos de los presentes. El varón con traje y cigarro de la esquina, el doctor Fermín, lo mismo curaba a las personas que a las bestias. Eso era lo importante: el hacer pueblo, al servicio de todos, con sencillez y sin esperar nada a cambio.

Nuestra ropa no era de marca. Llevaba la marca de los remiendos y de los zurcidos. Pasaba de hermano a hermano; de primo de ciudad a primo de pueblo. Pero, no nos creíamos menos que los niños de la ciudad.

SÉPTIMA PARTE

SOCIALIZANDO

El guiñote para los hombres, el julepe para las mujeres. Estas no pisaban el bar. Se reunían en una casa y se jugaban las perragordas a las cartas. Los hombres se pasaban el día del domingo en el bar, después de los partidos de pelota en el frontón.

Pero el lugar donde las mujeres daban rienda a su imaginación y los rumores se divulgaban era el lavadero. Bajaban por la senda pedregosa de los peñascales, cargadas con los baldes de ropa sucia, y se disponían a enjabonarla con el jabón casero, hecho de grasa del cerdo, animal que nos daba todo, y sosa. Después la aclaraban en la pila de agua más clara, junto al río.

El horno del pueblo era otro lugar de encuentro donde las mujeres contaban sus alegrías y sus penas, mientras amasaban la harina o esperaban a que el pan estuviera bien cocido al calor de la leña de las carrascas.

Recibíamos las visitas, a la familia o nuestros amigos al fuego del hogar que ardía sin parar. Las llamas crepitando y el tic tac del reloj de la cocina eran el sonido monótono, frío, ardiente. El hogar calentaba, aunque el calor se iba por la chimenea. Y nos calentábamos hasta donde llegara la fuerza de las llamaradas. Pero la conversación de los mayores se alargaba y a los niños nos entraba el sueño.

La rifa de las rosquillas, durante el segundo día de las fiestas, era la ocasión para que los conocidos pasaran por el pueblo de visita y se llevaran las roquillas, como el regalo más cotizado.

Durante la verbena de las fiestas en el frontón viejo, la plaza de toda la vida, a los mozos viejos se les jaleaba. Las mujeres rodeaban en corro a los solterones y les cantaban:

(todos cantan):

¿Qué haces ahí viejo verde que no te casas, que te estás arrugando como las pasas?

Y a los mozos viejos les daba la risa.

Tomábamos el fresco. Solo en verano, que los inviernos eran más duros que los de ahora. Nevaba y los padres se veían en la obligación de hacer veredas entre la nieve si querían que los niños fueran a la escuela.

(suena de fondo la corneta y se oye: se venden….)

El pregón con la corneta era un sonido cotidiano. Se vendían sardinas superiores. Del pajarero. Las sardinas arenques se consumían en el bar. Se pisaban envueltas en papel de periódico para quitarles las escamas. Estaban tan saladas que el tintorro sabía mejor.

El pregón anunciaba concejo para el día siguiente. Las ventanas se abrían y todos escuchábamos.

- ¿Qué ha pregonado, que con la radio no nos hemos enterado?

-se oía decir.

-Que se venden sardinas superiores y que mañana concejo en el ayuntamiento.

Al oír la palabra concejo, los niños pensábamos que eso era cosa muy seria a la que solo podían asistir los hombres mayores. Las mujeres se quedaban en casa, haciendo la cena en el hogar. En la radio sonaban canciones de Luis Mariano o de la Piquer, o los seriales que hacían llorar a las madres.

AL FINAL DE LA SEPTIMA PARTE (SOCIALIZANDO)

Jose:

Llevo en Añavieja muchos años, pero no me ha quedado claro dónde estaba el horno. ¿Me lo puedes explicar?

Silvia:

Será un placer. Estaba situado detrás del frontón, enfrente del callejón del tío Telesforo y del Florián. El horno no tenía la presencia de otros edificios públicos como el pósito, la fuente o la iglesia. Era una instalación humilde, más simple y su material de construcción era el adobe y la piedra. Tenía una bóveda esférica de arcilla para aguantar las altas temperaturas. El suelo de baldosas de barro Y..

Jose:

Para, para, que te embalas. ¿Cómo se horneaba el pan?

Silvia:

Se cocía el pan por turno, previamente pedido y señalado por la hornera. Mi abuela Concha me hablaba de la tía Delfina como una buena hornera. Las mujeres llevaban al horno la masa de harina envuelta en piezas de lino o de lienzo, dentro de grandes cestos de mimbres. Las ponían en los poyatos del horno y aquí les daban la forma de hogazas, tortas de aceite o panecillos, antes de cocerlos en el fuego del horno.

Jose:

Veo que eso del horno era cosa de mujeres. ¿No hacían nada los hombres? Porque me extrañaría que me dijeras que no.

Silvia:

Los hombres abastecían al horno con la leña de las carrascas. Nada más.

Jose:

Y nada menos.

PARTE OCTAVA

NIÑOS, NIÑAS Y MILITARES

Siempre que veo la foto de los niños y niñas de la década de los sesenta, donde están el maestro don Agapito y su esposa, doña María, me pregunto dónde estaba, dónde se había escondido doña Pepita, la maestra. Quizás era alérgica a las fotos y nunca lo dijo.

Las niñas de la década de los 50 lucen lazos en el pelo, las del 60, turbantes. Un gran avance estilístico. Las zapatillas de trapo con el botón que las sujetaba eran la tónica en el calzado de los escolares. Esto no les impedía jugar a la gancha, al bote, al escondite, al chocolate inglés o a cualquier otro de los juegos que hoy han suplantado el móvil y la Tablet. Nos conformábamos con las pequeñas cosas de siempre. No necesitábamos nuevas tecnologías para ser felices.

La estufa de serrín de la escuela apenas calentaba y pasábamos frío, envueltos en los abrigos y las bufandas.

Y el día de jueves lardero, con los maestros como guías, nos dirigíamos hacia las Fuentezuelas cantando

“ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras, tralará, vamos a contar mentiras. Por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas, tralará”. 

Nuestros viajes de fin de curso eran al puente de San Felices a comer con la familia. Los padres pescaban cangrejos con los reteles, cangrejos autóctonos, mientras nos bañábamos en el río, rodeados de berrazas y esperando pescar algún barbo despistado.

Fueron tiempos de oscuridad, silencios y miedos. Teníamos miedo del cura, con sombrero o sin sombrero, por si no aprendíamos el catecismo para la comunión. Teníamos miedo del maestro, que nos pegaba sin ton ni son, para cumplir el dicho de que la letra con sangre entra. Teníamos miedo o, mejor dicho, pavor, a la guardia civil, que aparecía de dos en dos, con sus tricornios, persiguiendo algún cazador furtivo. Pero el mayor miedo de todos era el miedo al perro que estaba atado a la puerta de la entrada del pueblo. La casa grande del tío Silviano y la tía Gregoria. Era un miedo visceral, no podíamos con él. Era más un león que un perro. Era un perro leonado. Un león perruno. Un perro como Dios manda, no como los perros señoritos de hoy que pasean por las ciudades. Por cierto, se llamaba León. Era un mastín que impresionaba.

Los niños nos pasábamos el día entero por la calle. Nos olvidábamos de ir a merendar y las madres corrían detrás de nosotros con el trozo de hogaza y la tableta de chocolate en la mano. Pero se aprendieron el truco: vosotros veréis, pero el perro del tío Silviano se ha escapado y anda suelto por el pueblo. Corríamos a casa, como escopetas, como liebres, como la yasa después de la tormenta, como perseguidos por el demonio. El perro obró el milagro con los niños.

Vivíamos en el mejor de los mundos. En el paraíso. A pesar de nuestros miedos. En nuestro mundo sin tele, móviles, ordenadores, la imaginación volaba libre, sin intermediarios mediáticos. Los móviles os impiden ver la realidad, jóvenes añaviejeros. Soñábamos con héroes lejanos, con lugares inalcanzables, con paraísos imposibles. Nuestra niñez es la única patria a la que queremos volver. Volver a la felicidad infantil, al paraíso perdido. Para siempre.

El paraíso se terminó cuando a muchos de nosotros nos llevaron a estudiar fuera del pueblo. O cuando toda la familia tuvo que emigrar a la ciudad. La libertad de hacer lo que queríamos se acabó. De alguna manera, la inocencia, la felicidad, el paraíso infantil se remató, serré, serré, serré, se remató, como anunciaba el bueno del tío Marín en la rifa de las rosquillas.

Con los años, los niños que se asustaban de un perro fueron a servir a la patria y siguieron con sus miedos, al sargento chusquero o al brigada con malas pulgas. La mili era obligatoria y no sabéis, jóvenes añaviejeros, de la que os habéis librado.

EPÍLOGO

¡Ojalá el tiempo retrocediera y no avanzara sin piedad! Hemos aprendido que la felicidad de aquellos años consistía no en tener, sino en no necesitar. Los recuerdos se empequeñecen cuando se trata de la niñez. Se difuminan. Por eso, es preciso sacarlos a la luz. Es bueno recordar. Con los recuerdos salimos al encuentro de la inocencia. Lo que permanece son las obras. Las generaciones pasadas nos dejaron un buen legado: cariño por el pueblo, esfuerzo para salir adelante, sentido de comunidad ¡Recuperemos este legado! Por nuestro bien.

Solo acabar con un deseo: que la luz, la alegría y la paz reinen para siempre sobre la oscuridad, los miedos y los odios entre las gentes de esta tierra entrañable.

Esto es todo. Serré, serré, se remató.

Esperamos vuestras fotos para próximas actuaciones.

MUCHAS GRACIAS A TODOS.

 

 

 

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La guerra atómica

 

LA GUERRA  ATÓMICA 

En agosto de 1945 se llevaron a cabo las únicas dos detonaciones de bombas atómicas con fines bélicos hasta la fecha, durante la Segunda Guerra Mundial. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki marcaron historia, pero desde entonces la tecnología en materia nuclear ha avanzado mucho. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki acabaron con gran parte del territorio en donde fueron lanzadas por los Estados Unidos y durante décadas esas regiones sufrieron las consecuencias de la radiación. Eso, con un potencial de apenas 15 kilotones y 21 kilotones respectivamente.

Los hongos nucleares de Hiroshima y Nagasaki, con toda la destrucción que ocasionaron, no alcanzan los 10.000 metros de altura, mientras que las bombas atómicas actuales norteamericanas B83 y Castle Bravo generan nubes de hongo de más de 20.000 y 30.000 metros de altura respectivamente. La Bomba del Zar rusa, con su hongo nuclear de más de 40.000 metros de altura, es la de mayor potencia.

Actualmente el 92% de las bombas atómicas están bajo el control de solo dos países: Estados Unidos (que posee 6.970 unidades) y Rusia (que posee 7.300 unidades). Esta última a su vez tiene en sus planes el desarrollo de una bomba atómica con el doble del potencial de la Bomba del Zar, alcanzando los 100 Megatones. Esta bomba fue responsable de la mayor explosión ocasionada por el ser humano hasta la fecha. Su detonación fue a unos 4 kilómetros al norte de Nueva Zembla, un archipiélago ruso, pero tuvo tanto poder que la onda de choque rompió vidrios a más de 900 kilómetros de distancia.

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Existen más de 15.600 bombas atómicas en el mundo hoy en día, e Hiroshima se queda muy corta en potencial si la comparamos con los dispositivos nucleares modernos. Lo que todo el mundo desea es que no se utilizen. Que el dictador de Corea del Norte no desate un conflicto mayor entre las potencias nucleares reales, los dos estados que tienen mayor capacidad de destruir el mundo: Estados Unidos y Rusia. Porque no nos equivoquemos, las mayores atrocidades contra el planeta en los últimos 70 años las han cometido ellos. Con la guerra en Ucrania, país invadido por Putin con escusas intolerables, la posibilidad de un ataque nuclear no es imposible. El número de muertos en Hiroshima fue de 70.000, más otros tantos heridos. De éstos, la mitad lo fueron por los efectos mecánicos de la explosión,  por la onda de presión o de choque y por quemaduras debidas a los incendios; una cuarta parte por quemaduras instantáneas producidas por la llamarada o fogonazo de la explosión, o, en términos más técnicos, por la onda de calor y un 1 5% por quemaduras y destrucción de tejidos causada por los rayos gama, una especie de rayos X muy potentes, que se producen en el estallido de la bomba. El 90 % de las muertes ocurrieron dentro de una distancia de 2 kilómetros y medio de la vertical de la explosión . Todos estos datos se refieren a las primeras bombas de uranio, que tenían un poder explosivo equivalente a 20.000 toneladas de trinitrotolueno. Las modernas bombas de hidrógeno pueden fabricarse de una potencia ilimitada. Se han construido y probado bombas de un poder igual y aún superior a 20 millones de toneladas de trinitrotolueno (20 megatones), mil veces más poderosas que la usada en Hiroshima. Esto no quiere decir que su efecto destructor sea 1.000 veces mayor. El radio de destrucción de una bomba debido a la onda de choque, es proporcional a la raíz cúbica de su poder explosivo . Una bomba mil veces más potente produce igual destrucción en un radio solamente diez veces mayor. Hemos visto que en Hiroshima el radio de destrucción completa fue por lo menos de 1 milla. Una moderna bomba de hidrógeno de 20 megatones destruiría  totalmente, una superficie de 83.000 hectáreas. Esto significa que bastaría una sola de estas bombas para destruir Londres o Nueva York o Moscú o cualquiera de las grandes ciudades del mundo, con una parte de las aglomeraciones urbanas que las circundan.

LA CUMBRE SOBRE EL CAMBIO CLIMÁTICO EN GLASGOW

LA CUMBRE SOBRE EL CAMBIO CLIMÁTICO EN GLASGOW

¿Será esta una cumbre útil o será como todas las anteriores que apenas han supuesto un avance en la lucha contra el cambio climático?, se preguntan los ciudadanos preocupados por el futuro del planeta. Los que niegan el cambio climático, los mismos que niegan la pandemia o se niegan a vacunarse, no confían en los científicos. Es comprensible dudar de los políticos en muchas ocasiones, pero dudar de la ciencia, cuando los adelantos que ha traído a la humanidad han sido extraordinarios, es incomprensible. En Glasgow se reúnen políticos y científicos. Esperemos que no sea otra cumbre del bla, bla, bla.

En las revistas de divulgación científica se numeran los desafíos a los que se enfrenta la Tierra en las próximas décadas. La supervivencia de la humanidad está en juego, por eso la lucha por el clima es prioritaria. Las medidas y objetivos para frenar el calentamiento global están fijados. Es una batalla que hay que librar en varios frentes de guerra:

1.- Para lograr el freno de emisiones contaminantes es preciso el despliegue de las energías renovables. En España la aportación de las energías limpias supone un 40% del total. En 2030 deberá alcanzar un 74% según la Ley por el Cambio Climático aprobada por el Congreso este mismo año.

2.- Los países deben prepararse para acoger a millones de personas desplazadas por la pobreza que generarán las tormentas extremas, las sequías y otros fenómenos violentos.

3.- La economía debe hacerse circular para respetar el clima y la biodiversidad. Las grandes multinacionales tienen que abandonar la economía basada en la producción masiva que lleva a un consumo masivo y residuos indecentes. La economía circular se asienta en la reutilización, eficiencia, minimización de impactos y aprovechamiento de los recursos.

4.- Reducción de emisión de gases de efecto invernadero. Pero hay que aprobar medidas mucho más severas que las actuales, multando a estados y empresas que no las cumplan, emitiendo a la atmósfera cantidades intolerables de CO2.

5.- El deshielo de los casquetes polares y de los glaciares es una de las manifestaciones más alarmantes del calentamiento global. Este factor es uno de los principales responsables de la subida del nivel de mares y océanos. Los científicos afirman que a este paso en los Pirineos no quedarán glaciares en veinte años.

Es una carrera contrarreloj que hay que afrontar sin perdida de tiempo. El planeta no tiene un plan B, como afirmaban los jóvenes manifestantes de hace unos meses.

 

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Reflexiones de un jubilado sobre la pandemia

REFLEXIONES DE UN JUBILADO SOBRE LA PANDEMIA

Nos acosan durante estos largos meses de aislamiento social con un sinfín de tertulias televisivas, en las que un grupo de periodistas lanza sus ideas sobre la evolución de la pandemia, de la curva de contagios, del seguimiento de la vacunación. Depende de la cadena de TV que sintonices, la conclusión tendrá un signo positivo o negativo. Estas son las reflexiones de un jubililado, que asiste a la sinrazón de conclusiones ilógicas y desbaratadas por parte de un periodismo altamente manipulado (solo hay que prestar con atención las preguntas que se hacen a los Ministros de Sanidad o al Dr. Simón):

1. Este virus maldito se expandió mucho antes de que científicos, políticos, gobernantes de todos los países, servicios médicos supieran apenas nada de su estructura, de su capacidad de contagio, de su forma de invasión, de su conquista mundial. Echar la culpa al contrario es una tarea fácil. Lo difícil parece ser ponerse a trabajar en conjunto. Menos palabras y más hechos es lo que hace falta.

2. Las estructuras sanitarias han sido insuficientes para una pandemia. Hay que invertir en sanidad y ciencia. En España y en la mayoría de países europeos, que hasta en Alemania y Reino Unido han tenido serios problemas para atender a todos los contagiados. Por no mencionar al  estado de la sanidad en el Tercer Mundo. Es momento para que la solidaridad de los más ricos se vea reflejada, repartiendo las vacunas que las codiciosas farmacéuticas están vendiendo a los ricos; invirtiendo en infraestructuras sanitarias en lugares no tan lejanos, que el Norte de Africa es frontera con la Europa rica; haciendo campañas educativas que incidan en la necesidad de preservar el medio ambiente. 

3. Esta pandemia ha demostrado la fragilidad de la humanidad. Solo si se aplican medidas globales se aplacarán las pandemias futuras. Es en este punto donde la OMS debe liderar las actuaciones. Y obligar a las farmacéuticas a liberar sus patentes. Todos tenemos el mismo derecho a la salud, vivamos en el Congo o en Canadá, en Soria o en el Magreb. Quizás con la intervención de la producción de medicamentos, vacunas, por parte de los estados se podrá lograr una sanidad digna para todos, que es un derecho universal. En la Declaración Universal de los Derechos Humanos, este derecho viene desarrollado en el Artículo 25: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica..."

4. Lo que ha ocurrido en España y sigue ocurriendo es en buena medida el resultado de la anarquía que conlleva el Estado de las autonomías. Los diferentes gobiernos autonómicos parecen estar más preocupados por echar las culpas al gobierno central que por centrarse en la lucha contra el virus. El gobierno central, que en la primavera del año anterior tomó las riendas y consiguió, con la abnegación de los ciudadanos y los sanitarios, aplacar la expansión del virus tomando medidas duras pero necesarias, ha delegado en los gobiernos regionales la política sanitaria, que les corresponde por orden constitucional. Para que no haya las diferencias que cualquier ciudadano observa y sufre, víctima de políticas erráticas, el gobierno central tendría que asumir las competencias sanitarias. Algo casi imposible de pensar con una oposición dura y lejana del consenso, que sí consiguieron los políticos de la Transción. No hay que olvidar que este paso requeriría un cambio constitucional o la declaración de un nuevo estado de alarma, que no superaría el apoyo de los grupos en el Congreso.  Mientras la Sanidad no sea igual para todos, mientras en provicias castellanas los mayores mueran en las residencias porque no hay plazas hospitalarias para ellos y en las comunidades vasca o navarra este problema está resuelto, se podrá pensar que algo no funciona en el Ëstado de las autonomías.

5. Europa ha fallado. Ha entregado cantidades descomunales de dinero para ayudar a farmacéuticas americanas a lograr la vacuna salvadora. Este dinero bien podría haber sido invertido en los laboratorios europeos que no han conseguido la vacuna porque no han recibido las ayudas necesarias. Aún así, la vacuna española del CSIC está en fase de estudio y llegará a los ciudadanos cuando todos estemos inmunizados por vacunas americanas, rusas o chinas.

En conclusión: los ciudadanos hemos aprendido lo que verdaderamente nos puede salvar de un contagio, más allá de las medidas de los gobiernos: uso de mascarilla en todo momento, evitar reunirse con personas que no forman parte de tu grupo de convivencia diaria, lavado de manos constante, desinfección y ventilación de estancias....hasta que nos llegue la vacuna, que llegará. Hay que ser pacientes y positivos. Y cuidar la naturaleza, que la estamos ofendiendo. 

 

 

Medidas urgentes contra el cambio climático

MEDIDAS URGENTES MEDIOAMBIENTALES

Las peores consecuencias han llegado. Están aquí desde hace años. Pero los políticos y los medios apenas hablan. Una calma incomprensible e insensata se ha instalado entre los que tienen que tomar decisiones e informar de la urgencia. Se acaba el tiempo. La emergencia climática es la mayor amenaza que jamás se ha aproximado a la humanidad. Solo si se actúa desde ya el éxito tendrá su oportunidad. El aumento de la temperatura por la emisión de gases de efecto invernadero está afectando al agua de los océanos lo que provoca que se evapore más agua. Las tormentas y los huracanes son más intensos y el nivel del mar sube. Llueve de forma más torrencial y se producen fenómenos meteorológicos extremos. Pero también provoca que el agua se evapores y las sequías sena mucho peores y los incendios por las sequías sean mucho más agresivos. Todo está conectado. Lo que afecta a una parte del planeta acaba llegando a otra. 

El año 2019 fue el año de mayor calentamiento de las aguas de los océanos. En España estamos en la década más calurosa. Y los récords seguirán si no se pone remedio. Ya no hace el frío invernal de antes. Cuando lluve lo hace de forma torrencial.  A esto hay que añadir la contaminación de las aguas por los plásticos, consecuencia del consumismo atroz. Nuestra forma de vida está basada en la quema compulsiva de combustibles fósiles y en el consumo compulsivo. Como si el planeta Tierra no tuviera límites, como si fuera infinito. 

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Tenemos que detener este proceso generado por el hombre. La Naturaleza no sigue su curso. Lo hemos cambiado. Solo hay que mirar a los deshielos inconcebibles en la Antártida, en el Polo Norte o en Alaska. Los científicos hablan de un máximo de ocho o diez años para evitar una catástrofe mayor. Una de las soluciones que apuntan es la llamada economía circular. El término economía circular promueve la producción de bienes y servicios de manera sostenible, reduciendo el consumo, el tiempo, las fuentes de energía y los desperdicios. Usar las cuatro Rs: Reducir, reulitizar, reciclar y reparar. Todo en un ciclo continuado. Es una forma diferente de consumir. Es utilizar racionalmente los recursos. Que lo importante no sea poseer sino disfrutar. No por tener más riquezas se es más feliz. 

España es el país de Europa que necesita con más urgencia una política medioambiental porque es el más vulnerable al cambio climático. La degradación y desertificación de los suelos son ejemplos palpables. El 20% del suelo español está desertificado, según el CSIC. Esto conlleva disminución de lluvias en zonas áridas; degradación de la salud vegetal, animal y humana; aumento de inundaciones y corrimientos de tierra; aumento de la erosión; disminución de ingresos a los productores. La llamada agricultura industrial no ayuda. La regeneración de suelos es urgente. 

Uno de los objetivos de esta web y esta sección de ecología y educación es luchar porque en el curriculum de Secundaria se incluya la asignatura de Ecología, con referencias a las consecuencias del cambio climático y la metodología necesaria para que los jóvenes cambien los hábitos malsanos de los adultos.